El hambre es el más claro y el más duro emergente de la pobreza. La condena es unánime y universal, pero la solución no aparece. Una “Revolución Verde” se ha expandido por el mundo a partir de los años 70 del siglo pasado, con efecto notablemente positivo sobre la productividad agrícola. Este fenómeno tecnológico y productivo coexiste con la situación de millones de seres humanos en el mundo que se ven privados del beneficio de la “seguridad alimentaria”, esto es, del derecho a tener “… acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias, con el objeto de llevar una vida activa y sana” (FAO).

La Argentina es un eficiente, competitivo e innovador productor primario, características que no posee en un análisis más amplio en su economía, a la que le faltan estímulos para agregar eslabones a la cadena de valor. Las instituciones multilaterales la colocan en la categoría de nación de “desarrollo medio”. En nuestro caso es un eufemismo que disfraza un país estancado y pobre, que supo estar entre los más grandes del mundo, al que cada vez le cuesta más ofrecer oportunidades de una vida mejor al conjunto de su gente.

Leé el artículo completo de Hugo Quintana, Secretario General de APOC, publicado en Clarín: